TESTIMONIOS EN EL JUICIO POR LA MASACRE DE MARGARITA BELEN

Carlos “Ratón” Aranda, ex preso político, detalló ante el tribunal las torturas que sufrieron él y su hermano. María Teresa Franzen, hermana de uno de los fusilados en Margarita Belén, contó cómo se enteró de esa muerte. Ovieta, ex conscripto, recordó lo que vio.

Marcos Salomón
 Desde Resistencia, Chaco
La séptima audiencia del juicio oral y público por la Masacre de Margarita Belén contó con tres testimoniales: María Teresa Franzen, hermana de Arturo –una de las víctimas del fusilamiento–, Carlos “Ratón” Aranda –ex preso político– y Federico Ovieta –abogado correntino que ya había declarado en el juicio por el ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes–. El relato de Aranda estremeció al auditorio: preso durante toda la dictadura militar, el “Ratón” detalló las torturas que padeció y señaló a dos de los nueve imputados presentes.
Aranda pasó por ocho lugares de detención entre 1976 y 1983, con un lapso de once días en libertad, un veranito de 1979. Detenido el 3 de noviembre de 1976, fue llevado, junto con su hermano Julio, desde Corrientes a la Jefatura de Policía de Chaco (uno de los que fueron a buscarlo fue el imputado Luis Alberto Petetta, que a esa altura del relato anotaba y pasaba data a su abogado). Allí, los desnudaron, a él lo ataron a una cama con elástico de metal y comenzaron a picanearlo.
“No sé cómo hacía, creo que me abstraía, pero no sentía”, relató Aranda. Sin embargo, “como no daba los nombres que me pedían, un día vino uno, se paró a mi lado y dijo: éste es el que no quiere hablar, déjenmelo a mí. Trascartón, envolvió una toalla o algo parecido por mis testículos y mi pene, para después comenzar a picanearme en esa zona, en las tetillas, en los párpados, en la encía... Hasta que logró descontrolarme”.
Para la tortura, Aranda fue puesto frente a frente con dos ex presos políticos: Raúl “Quique” Caire y Reinaldo Zapata Soñez. Si bien se conocían, ni uno de ellos lo admitió. Previo a su traslado a la Brigada de Investigaciones de la Policía, el “Ratón” se pudo bañar y comprobó que “tenía todos los dedos de los pies negros por los golpes”. Luego, volvió a los baños pero para una tarea más desagradable: “Bañalo a éste que está hecho pelota”, le ordenó uno de sus carceleros mostrándole a “un revantadísimo” Carlos Tereszecuk, quien había sido empalado. Pero, como seguía sin hablar, le mostraban a su hermano Julio cómo lo torturaban hasta que éste cortó todo, gritando: “Por qué no le pegan un tiro”.
Ya en la Brigada, Carlos logró ver a Luis “Lucho” Díaz (víctima de la Masacre), haciendo los dos dedos en V, con una evidente hinchazón, porque le habían arrancado una uña. También vio en otra celda aislada a Roberto Yedro (otra víctima del 13 de diciembre de 1976). En este centro clandestino de detención estuvo poco tiempo, hasta que lo llevan a la alcaidía policial.
Lo recibieron con una paliza en un lugar que llama “la piecita de la televisión”. Haciendo gala de su condición de arquitecto, hizo una minuciosa descripción de la alcaidía, que igual tuvo que repetir ante el problema de los abogados por entender. También contó que lo fueron a visitar, para amedrentarlo, Patetta y Aldo Martínez Segón.
Describió con detalles el momento previo al traslado, un día domingo 12 de diciembre de 1976. “Interrumpieron la visita de los presos sociales o comunes, no nos sirvieron el cuili, o sea el cocido, y apagaron las luces de la celda temprano”, recordó. Entonces, sucedió el horror del comedor de la alcaidía, donde todos los presos que iban a ser trasladados a Formosa fueron ferozmente torturados. Escuchó cómo llevaban a Lucho Díaz hacia el infierno y también cómo traían a la rastra a un casi desvanecido Carlos Zamudio. “Lo de la piecita de la televisión eran golpes, patadas, fuertes, pero no para matar. Lo que se escuchaba desde el comedor era aterrador. Yo creo que mataron a alguno”, narró. Ratificó también la imposibilidad de escapar durante un traslado: “Ibamos esposados, engrillados, vendados y con capuchas, a los golpes...”.
También declaró María Teresa Franzen, hermana de Arturo. Contó que en agosto de 1976, ella y su madre lo visitaron en la Brigada: “Nos contó que lo torturaban todos los días y que estaba muy dolorido, cuando lo quise abrazar me pidió que no lo apriete”, relató, entre lágrimas. En medio de su relato se quebró hasta recordar que el 10 de enero de 1977 (el día del cumpleaños de Arturo, hubiese cumplido 25) llegaron con su padre para visitarlo, previo burocrático papeleo, en la Brigada, pero no estaba; en la alcaidía, tampoco estaba. Hasta que un oficial se dignó a contarles que Franzen había muerto cerca de Margarita Belén.
En el cementerio, para trasladar el cadáver, logró ver la cara de Arturo porque se desfondó el precario cajón en el que lo habían puesto: “No vi ni un impacto de bala, o eso me pareció, sólo recuerdo que le faltaba una parte de la nariz”. En ese mismo trámite, pudo ver el cuerpo de Manuel Parodi Ocampo, que tenía “un boquete, un agujero, en el pecho”.
Por último, declaró el correntino Federico Ovieta, oriundo de Mercedes como Lucho Díaz. Se limitó a contar que, tras el servicio militar, cuando fue a hacer un trámite al Regimiento de Infantería 9, vio en la pieza donde lo atendieron una foto de Lucho con una X marcada.

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