TESTIMONIOS EN EL JUICIO POR LA MASACRE DE MARGARITA BELEN

Carlos “Ratón” Aranda, ex preso político, detalló ante el tribunal las torturas que sufrieron él y su hermano. María Teresa Franzen, hermana de uno de los fusilados en Margarita Belén, contó cómo se enteró de esa muerte. Ovieta, ex conscripto, recordó lo que vio.

Marcos Salomón
 Desde Resistencia, Chaco
La séptima audiencia del juicio oral y público por la Masacre de Margarita Belén contó con tres testimoniales: María Teresa Franzen, hermana de Arturo –una de las víctimas del fusilamiento–, Carlos “Ratón” Aranda –ex preso político– y Federico Ovieta –abogado correntino que ya había declarado en el juicio por el ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes–. El relato de Aranda estremeció al auditorio: preso durante toda la dictadura militar, el “Ratón” detalló las torturas que padeció y señaló a dos de los nueve imputados presentes.
Aranda pasó por ocho lugares de detención entre 1976 y 1983, con un lapso de once días en libertad, un veranito de 1979. Detenido el 3 de noviembre de 1976, fue llevado, junto con su hermano Julio, desde Corrientes a la Jefatura de Policía de Chaco (uno de los que fueron a buscarlo fue el imputado Luis Alberto Petetta, que a esa altura del relato anotaba y pasaba data a su abogado). Allí, los desnudaron, a él lo ataron a una cama con elástico de metal y comenzaron a picanearlo.
“No sé cómo hacía, creo que me abstraía, pero no sentía”, relató Aranda. Sin embargo, “como no daba los nombres que me pedían, un día vino uno, se paró a mi lado y dijo: éste es el que no quiere hablar, déjenmelo a mí. Trascartón, envolvió una toalla o algo parecido por mis testículos y mi pene, para después comenzar a picanearme en esa zona, en las tetillas, en los párpados, en la encía... Hasta que logró descontrolarme”.
Para la tortura, Aranda fue puesto frente a frente con dos ex presos políticos: Raúl “Quique” Caire y Reinaldo Zapata Soñez. Si bien se conocían, ni uno de ellos lo admitió. Previo a su traslado a la Brigada de Investigaciones de la Policía, el “Ratón” se pudo bañar y comprobó que “tenía todos los dedos de los pies negros por los golpes”. Luego, volvió a los baños pero para una tarea más desagradable: “Bañalo a éste que está hecho pelota”, le ordenó uno de sus carceleros mostrándole a “un revantadísimo” Carlos Tereszecuk, quien había sido empalado. Pero, como seguía sin hablar, le mostraban a su hermano Julio cómo lo torturaban hasta que éste cortó todo, gritando: “Por qué no le pegan un tiro”.
Ya en la Brigada, Carlos logró ver a Luis “Lucho” Díaz (víctima de la Masacre), haciendo los dos dedos en V, con una evidente hinchazón, porque le habían arrancado una uña. También vio en otra celda aislada a Roberto Yedro (otra víctima del 13 de diciembre de 1976). En este centro clandestino de detención estuvo poco tiempo, hasta que lo llevan a la alcaidía policial.
Lo recibieron con una paliza en un lugar que llama “la piecita de la televisión”. Haciendo gala de su condición de arquitecto, hizo una minuciosa descripción de la alcaidía, que igual tuvo que repetir ante el problema de los abogados por entender. También contó que lo fueron a visitar, para amedrentarlo, Patetta y Aldo Martínez Segón.
Describió con detalles el momento previo al traslado, un día domingo 12 de diciembre de 1976. “Interrumpieron la visita de los presos sociales o comunes, no nos sirvieron el cuili, o sea el cocido, y apagaron las luces de la celda temprano”, recordó. Entonces, sucedió el horror del comedor de la alcaidía, donde todos los presos que iban a ser trasladados a Formosa fueron ferozmente torturados. Escuchó cómo llevaban a Lucho Díaz hacia el infierno y también cómo traían a la rastra a un casi desvanecido Carlos Zamudio. “Lo de la piecita de la televisión eran golpes, patadas, fuertes, pero no para matar. Lo que se escuchaba desde el comedor era aterrador. Yo creo que mataron a alguno”, narró. Ratificó también la imposibilidad de escapar durante un traslado: “Ibamos esposados, engrillados, vendados y con capuchas, a los golpes...”.
También declaró María Teresa Franzen, hermana de Arturo. Contó que en agosto de 1976, ella y su madre lo visitaron en la Brigada: “Nos contó que lo torturaban todos los días y que estaba muy dolorido, cuando lo quise abrazar me pidió que no lo apriete”, relató, entre lágrimas. En medio de su relato se quebró hasta recordar que el 10 de enero de 1977 (el día del cumpleaños de Arturo, hubiese cumplido 25) llegaron con su padre para visitarlo, previo burocrático papeleo, en la Brigada, pero no estaba; en la alcaidía, tampoco estaba. Hasta que un oficial se dignó a contarles que Franzen había muerto cerca de Margarita Belén.
En el cementerio, para trasladar el cadáver, logró ver la cara de Arturo porque se desfondó el precario cajón en el que lo habían puesto: “No vi ni un impacto de bala, o eso me pareció, sólo recuerdo que le faltaba una parte de la nariz”. En ese mismo trámite, pudo ver el cuerpo de Manuel Parodi Ocampo, que tenía “un boquete, un agujero, en el pecho”.
Por último, declaró el correntino Federico Ovieta, oriundo de Mercedes como Lucho Díaz. Se limitó a contar que, tras el servicio militar, cuando fue a hacer un trámite al Regimiento de Infantería 9, vio en la pieza donde lo atendieron una foto de Lucho con una X marcada.

Una máscara de centro clandestino

Un nuevo paso para el esclarecimiento de los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado se dio ayer cuando la Fiscalía Federal de La Rioja reveló que la cárcel de esa capital, conocida durante años como Instituto de Rehabilitación Social (IRS), había funcionado como un centro clandestino de detención que operó en el área represiva 314. Según el informe judicial, el IRS fue “por excelencia el lugar de reunión de detenidos en diferentes situaciones, sin perjuicio de que hayan existido otros sitios en los que se detenía y se torturaba a personas, como las comisarías regionales, el Batallón 141, el Escuadrón 24 de Gendarmería Nacional (en Chilecito) o la Base Aérea Celpa (en Chamical)”.

El documento difundido devela que, durante el tiempo que funcionó ese instituto, “las mujeres eran ubicadas en pabellones, divididos en celdas que compartían entre tres o cuatro detenidas”, que tenían ventanas que daban al patio interior, “pero estaban cubiertas de papel o pintura para evitar la visibilidad. También había ranuras en las puertas, que permitían ver un pasillo interior del IRS”. El fiscal federal Darío Illanes –a cargo de las actuaciones por la megacausa iniciada por violaciones a los derechos humanos contra Luciano Benjamín Menéndez y más de 60 represores–, destacó que por el IRS “pasaron casi todos los detenidos en la provincia en algún período del lapso en el que estuvieron privados de la libertad” y expresó que “se trataba de un centro de detención y tortura”.

Illanes determinó, además, que los interrogatorios “eran dirigidos y llevados a cabo por personal de Gendarmería Nacional, la policía provincial, la Policía Federal y el Ejército, (con quienes) colaboraba personal del propio IRS”. En los próximos días se espera que el juez federal Daniel Herrera Piedrabuena tome declaración a Roberto Catalán, quien se desempeñó como juez federal en La Rioja durante la dictadura.

Juicios que se desarrollan en la actualidad.

Si se abrieran todos los archivos de la dictadura, el mapa de la justicia sería otro.

LOS JUICIOS EN CAPITAL, LA PLATA, CHACO Y TUCUMAN

Los represores que actuaron en La Plata, en la ESMA, Orletti, El Vesubio, Olimpo, El Banco, en Margarita Belén y las jefaturas de Policía de Chaco y Tucumán son juzgados en la actualidad.

Ocho juicios por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura se encuentran en marcha. Las violaciones a los derechos humanos cometidas en los centros clandestinos de detención (CCD) de la ESMA, Automotores Orletti, El Vesubio y unificados el Club Atlético, El Banco, El Olimpo –todos en la ciudad de Buenos Aires– se encuentran en pleno juicio oral. En Chaco se investiga la masacre de Margarita Belén y el CCD que funcionó en la Dirección de Investigaciones de la Policía de la Provincia y en Tucumán también se juzga a los responsables del CCD para el que utilizaron la ex Jefatura de Policía tucumana. En La Plata está en proceso la investigación sobre el servicio penitenciario de la Unidad 9 durante el gobierno de facto.

La megacausa que aborda uno de los centros clandestinos de detención más grandes del país y quizás el más emblemático, la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), se inició a fines del año pasado. La instrucción que se encuentra en curso aborda la desaparición de las monjas francesas Leónie Duquet y Alice Domon y por otro lado la del periodista y escritor Rodolfo Walsh, dos de los tramos que contiene la investigación. El Tribunal Oral Federal Nº 5 juzga los delitos cometidos por, entre otros, los ex marinos Jorge “Tigre” Acosta –jefe del Grupo de Tareas 3.3.2, la patota que secuestraba a las víctimas–, Alfredo Astiz, integrante operativo y conocido por haberse infiltrado en un grupo de familiares de desaparecidos entre los que se encontraban las monjas, y Ricardo Cavallo, extraditado de México a España y de España a la Argentina.

El Tribunal Oral Federal Nº 1 lleva adelante el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención Automotores Orletti, sindicado como una de las bases del Plan Cóndor, a través del que las dictaduras del continente coordinaban acciones represivas y por el que pasaron gran cantidad de ciudadanos extranjeros. Los imputados son el ex vicecomodoro de la Fuerza Aérea Néstor Guillamondegui, el ex coronel del Ejército Rubén Visuara, el ex general de División Eduardo Cabanillas y los agentes civiles Raúl Guglielminetti, Eduardo Ruffo y Honorio Martínez Ruiz. Los delitos por los que están juzgados son el de privación ilegal de la libertad, imposición de tormentos y homicidio calificado impuesto sobre 65 víctimas.

El juicio que trata los crímenes cometidos en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército comenzó el 23 de noviembre. Allí se investigan los delitos que se practicaban en los centros clandestinos de detención conocidos como Club Atlético, El Banco y el Olimpo, todos dentro de la ciudad de Buenos Aires. El policía Julio Simón (que utilizaba el alias de “Turco Julián”) y que ya cuenta con dos condenas por delitos similares, junto a otros catorce imputados como Samuel Miara –condenado por la apropiación ilegal de los mellizos Reggiardo Tolosa–, comparecen por el secuestro y torturas contra 180 personas. Se calcula que cerca de cuatrocientos testimonios serán escuchados por el tribunal. En otro juicio se juzga por delitos de lesa humanidad a ocho represores –los ex militares Pedro Alberto Durán Sáenz y Héctor Humberto Gamen, entre otros– por vejaciones cometidas en la cárcel clandestina El Vesubio, también en la Capital.

En abril se inició el juicio oral contra los represores que actuaron en la Unidad 9 de la penitenciaría de La Plata. Allí se investigan los crímenes de lesa humanidad cometidos contra noventa personas. El ex director de la unidad, Abel Dupuy, y quien era su subalterno entonces, Isabelino Vega, son algunos de los catorce imputados que tiene la causa. El 11 de mayo se presentó a declarar el ex canciller Jorge Taiana como testigo de los apremios y las vejaciones, al haber pasado por allí en su condición de detenido en 1976.

La masacre de Margarita Belén, que se tramita en la Justicia chaqueña, recae sobre nueve represores: ocho ex militares y un ex policía. La causa investiga la ejecución en 1976 de un grupo de presos políticos luego de que los retiraran de la Unidad Penitenciaria Nº 7 de Resistencia bajo un supuesto traslado, pero al llegar a la localidad de Margarita Belén fueron acribillados por sus custodios. Por otro lado, la Justicia del Chaco también instruye sobre la investigación que abarca a los delitos de lesa humanidad cometidos contra 26 personas en el centro clandestino que funcionó en la Dirección de Investigaciones de la policía local durante la dictadura. Por último, en Tucumán se inició en febrero un nuevo juicio oral contra los ex comandantes Antonio Domingo Bussi y Luciano Benjamín Menéndez, los dos condenados ya a prisión perpetua por el secuestro y asesinato en Tucumán del senador Guillermo Vargas Aignasse en 1976. En este caso, el tribunal investiga los delitos cometidos contra veinte víctimas en el centro clandestino de detención que funcionó en la ex Jefatura de Policía provincial.

El Chaco ensangrentado : El horror de la Masacre de Margarita Belén

 Día 5 del juicio oral: "El soldado que vio todo" 
Durante  su testimonio, Gustavo Piérola contó sobre el conscripto Clase 55, Alfredo Maidana, aportando datos clave. También declararon Dafne Zamudio y José Luis Valenzuela. Las audiencias continúan este jueves desde las 10.30.
Como una obra teatral, la maratónica audiencia de este miércoles puede dividirse en tres actos: el primero, la declaración de Gustavo Piérola, se baja el telón –cuarto intermedio-; segundo acto, testimonial de Dafne Zamudio, se baja el telón –cuarto intermedio-; tercer acto, cierre de la jornada con José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia.

Como en una obra de teatro, el público vibró, se emocionó, lloró, se enojó, rió, abucheó (con amenaza de expulsión mediante) y terminó aplaudiendo el cierre de cada acto. La dirección, a cargo del Tribunal Oral Federal (Glady Yunes, Carlos Benforte y Ramón Luis González), tuvo mucho trabajo para encausar la audiencia, pero lo hizo con firmeza.

Los imputados (Athos Rennes, Horacio Losito, Aldo Martínez Segón, Jorge Carnero Sabol, Ricardo Reyes, Germán Riquelme, Ernesto Simoni y Luis Patetta, todos militares, más el policía Alfredo Chas) mantuvieron el rito de cambiar posiciones y fueron beneficiados por el Tribunal que los ubicó en un lugar que les permitió mirar a la cara a los testigos (la querella anticipó que apelará esta nueva disposición de lugares en la sala).

Permanecían incrédulos ante los testimonios. Un muy activo Patetta hablaba constantemente con los abogados defensores –sobre todo durante la testimonial de Piérola-, en algunos momentos Carnero Sabol también estuvo inquieto. El resto miraba con atención y gesticulaban poco y nada.  En medio, surgió un dato –durante la declaración de Piérola- que aporta pruebas desconocidas hasta ahora y que ayudarían a aproximarse a la verdad histórica de la Masacre de Margarita Belén, ocurrida el 13 de diciembre de 1976, a menos de 30 kilómetros de Resistencia, sobre la ruta 11, camino a Formosa.

Primer acto.
La audiencia comenzó con la testimonial de Gustavo Piérola, hermano de Fernando, una de las víctimas de la Masacre. Entre lo que declaró y las preguntas que respondió estuvo casi dos horas. Contó de la existencia del soldado Alfredo Maidana, un ex comando que se salvó de morir durante el fusilamiento como parte del enmascaramiento del intento de fuga de presos políticos que eran traslados hacia Formosa, previamente, habían sido torturados en la alcaidía policial de Resistencia, que es un apretado resumen de la historia de la Masacre . Este fue el momento de mayor tensión para los represores.

Gustavo contó la historia de vida de su hermano, sobre todo, dejó bien en claro cómo fue su acercamiento a la militancia, su casamiento con María Julia Morresi, su primera detención y su pase a la clandestinidad hasta su detención en Posadas en “La casita de los mártires”, un centro clandestino de Misiones, su traslado al ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes y a
la Brigada de Inves tigaciones de Chaco.
Relató la tortura: “Lo tenían colgado de los pies… Usaban su cuerpo para apagar cigarrillos…” y la búsqueda de toda una familia, con Amanda Mayor de Piérola a la cabeza. Y contó con detalles la historia de su búsqueda. Comenzó con lo del soldado Maidana. También relató el caso del soldado Pegoraro que transportó los cuerpos. De los testigos que vieron llegar los cuerpos al cementerio, de la  búsqueda de su hermano Fernando, desaparecido y víctima de la Masacre: “No queremos profanar un lugar como el cementerio, pedimos ayuda para encontrar
los restos, no nos queda otra”, dijo. 
Al borde de las lágrimas o consumido por ellas, en varias ocasiones, Piérola retomaba su relato anticipando datos clave. Contó del fotógrafo Salinas, que trabajaba para la policía en las pericias: “El 12 de diciembre (de 1976) ya le dicen que prepare su cámara, sus rollos y el flash porque al otro día tenía que sacar fotografías en un operativo del Ejército. Ya sabían lo que iba a ocurrir”.
Cerca de Margarita Belén “fotografió los cuerpos: ‘una imagen que nunca me voy a poder sacar de la cabeza’ me contó. Después, también sacó fotos de los cuerpos en una fosa común en el cementerio” San Francisco Solano. Según la historia oficial, se enterraron diez cuerpos a cajón cerrado en sus respectivas tumbas, a lo que se agrega este nuevo dato.
También contó de la familia Pegoraro, que tienen campos cerca de donde ocurrió la Masacre. Dos hermanos escucharon los tiros y pudieron ver los cuerpos cuando iban a buscar animales a otro campo contiguo al de la tragedia.
Con un semitono, pero firme, le cuestionó al defensor Carlos Pujol por haber pedido que la familia Piérola sea quitada como querellante en la causa y lo increpó por “reírse mientras buscábamos los huesos en el cementerio. Pedimos respeto”.

Para el cierre, habló sobre el honor que “define la alta moral. Es una virtud que marca la dignidad”, también habló del “honor militar” y en nombre de él que “se paren ante el Tribunal y, aunque no se arrepientan ni pidan perdón, digan dónde están los cuerpos de nuestros muertos, para poder hacer parte de nuestro duelo”. “No hay odios –aclaró, dirigiéndose a los imputados- ni deseos de venganza, en todo caso siento pena y hasta lástima porque nuestro Ejército está tan lejos de lo que pensaron San Martín y Belgrano”.
Contestó con solvencia a las preguntas, sobre todo de los defensores, mientras la jueza Yunes lidiaba con Pujol: “Haga preguntas lógicas”, le llegó a pedir de manera enérgica para encausar la audiencia.

Segundo acto.
Luego, declaró Dafne Zamudio, hija de Carlos Zamudio –otra de las víctimas de Narró la historia de Carlos, hijo de Ernesto Zamudio, un prócer del periodismo chaqueño (propietario y director del diario El Territorio, llegó  a publicar en la tapa una proclama contra el golpe a Hipólito Yrigoyen que le costó caro).

Habló de su la militancia y el pase a la clandestinidad: “En el 75 lo fuimos a ver a Corrientes”, recordó. Para el 76, ya estaba en Misiones, donde consiguió trabajo, pero al poco tiempo cayó preso: también estuvo en “La casita de los mártires”, relato que Dafne compuso recién el 13 de diciembre del año pasado, cuando un misionero visitó la Casa por la Memoria –ex centro reconoció la foto de Carlos Zamudio.

Ya en la Brigada policial de Resistencia, junto con sus hermanos y su madre, lo pudo visitar: “Se sentó en un banco, después supe que caminaba arrastrando los pies y agarrándose el costado. Yo no lo podía ver porque era muy chiquita. Entonces, mi mamá me alzó en sus brazos y lo pude mirar. Me acuerdo que pensaba: por qué no le podía ni dar un beso”.

Poco antes de la matanza de diciembre de 1976, a Carlos lo llevan a la alcaidía policial, donde su familia ya nunca lo pudo volver a ver. Buscando su paradero, la abuela de Dafne se cruza con Patetta quien le dice que Zamudio fue una de las víctimas de la Masacre. Sin embargo, después, el Ejército le aclara que murió en un enfrentamiento en Campo Grande (Misiones).
En Misiones, le entregan el cuerpo a cajón cerrado. En Resistencia, no le permiten realizar el velatorio, lo llevan directamente a un nicho en el cementerio. Treinta y cuatro años después, durante una exhumación, se comprueba que tenía una de las piernas rota: “Difícilmente hubiese podido escapar”, finalizó.
En las preguntas, otra vez cruces entre defensores, fiscales y querellantes. El Tribunal intervino, nuevamente, con un llamado de atención a Pujol: “No tenga mala fe”, le advirtió.

Tercer acto.
Por último, llegó el testigo de las torturas en la alcaidía policial de Resistencia previas al traslado a Formosa. José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de Chaco, contó que vio a Carlos Zamudio, Néstor Carlos Salas, Luis Alberto Díaz y Fernando Piérola. Por la ubicación de su celda, Valenzuela pudo ver cómo la fuardia dura de la alcaidía llevaba arrastrando y a los golpes a estos presos políticos para torturarlos desde el comedor, donde “se escuchaban gritos, ruidos de golpes,corridas… Era desesperante”.

Tras la tortura, los guardias dejaron a Zamudio “muy destruido, tirado cercade una pileta (frente a su celda). Por muy poco tiempo pudimos hablar. Me pidió que le entregase a su familia fotos y una chomba, sólo pude rescatar la chomba de las requisas militares”.

La ubicación de la celda de Valenzuela también le permitía escuchar las conversaciones en la guardia: “Decían que había sido una matanza preparada ya sabían en qué auto iban a colocar a cada uno”. Hasta el final, con las preguntas incluidas, describió cómo era estar preso en la alcaidía, el ambiente que reinaba durante el traslado. Al final, el defensor Federico Carniel pidió marcar una contradicción entre lo que declaró Valenzuela ayer y una testimonial dada ante la Justicia Militar, pero la jueza Yunes no hizo lugar.

Horas después de finalizada la audiencia, el Tribunal cambió la hora fijada para hoy, cuando el juicio comience a las 10.30 (en el horario original coincidía con el partido de Argentina-Corea del Sur por el Mundial de Fútbol de Sudáfrica), con la presencia de miembros del Consejo de la Magistratura.
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Entre tanto, la Dirección de Cine del Instituto de Cultura prepara sus cámaras para realizar la primera testimonial en video conferencia. Desde Francia, declarará la periodista Marie Monique Robin.
Informe: Marcos Salomón.

Masacre de Margarita Belén Testimonio desgarrador: “
Junten estos fiambres” Gustavo Piérola aportó la desgrabación de una entrevista que hecha años  atrás al Francisco Tete Romero.
 Gustavo Piérola.
Este testimonio caló hondo, sobre todo entre los imputados que veían con preocupación que se caiga el velo de impunidad. soldado comando Maidana (queda a decisión del Tribunal). También se reclamó protección a este potencial testigo, cuyo paradero, en rigor, se desconoce.

En esta desgravación Maidana cuenta sobre una reunión en la sede militar del barrio La Liguria en la que se habría gestado el operativo “Encubrimiento rojo”, más conocido como Masacre de Margarita Belén. Del cónclave participaron Antonio Serrano, Cristino Nicolaides, Jorge Larrateguy, Carlos Brinzoni, Terrat, Schenone, Luis Alberto Petetta, dos cabos de apellido Gómez (que participaron del fusilamiento, según la desgrabación), los policías Thomas y Wenceslao Ceniquel.

También reveló que lo que hoy es la Base de Apoyo Logístico (BAL), en los '70, había detenidos por razones políticos, lo que lo convierte en posible centro clandestino de detención. Estos presos “estaban bajo custodia de Patetta” y se trabajaba con la Brigada de Investigaciones.  Entre esos prisioneros, “había un español muy torturado, otro solado clase 55 y dos mujeres, custodiados por el sargento Medina”. Patetta escuchaba, se paraba, hablaba con los defensores, se ofuscaba - al punto de ponerse rojo
Ya en la madrugada del 13 de diciembre, “retiran 30 detenidos en tres ambulancias blindadas, diez en cada uno”. En esa misma caravana iba el tristemente célebre Peugeot, otros autos y seis Unimog del Ejército.
En la base militar de La Liguria también había dos suboficiales tucumanos. Uno de ellos le dijo a Maidana, mientras miraba el convoy: “A estos los llevan camino al infierno”. Tártaro al que también pretendían llevar a Maidana, junto con el cabo Galarza, para ser los militares caídos en el intento de fuga de los presos políticos.

En un momento de la madrugada, llegan noticias sobre el enfrentamiento en la ruta 11. Parten más Unimog, uno con Maidana y los dos suboficiales tucumanos. Ya en Margarita Belén, oye disparos y se tira del vehículo –a las 4.40 aún era oscuro-. Lo buscaban con una linterna, cuando lo encuentran, le sacan el fúsil, el correaje y el casco, hasta que le apuntan y estaban a
punto de dispararle.

Justo, lo salva su jefe de batería: “A mi muchacho no”, le escuchó decir Maidana. Entonces, ve cómo “Patetta lleva un detenido esposado y vendado, lo ubica en el Peugeot y le vuela la cabeza con una itaka (por otros relatos se sabe que la víctima fue Carlos Néstor Sala). Luego, los otros militares disparan sobre el Peugeot”, según la desgrabación presentada como prueba.
“Ya habían matado a algunos, la mayoría estaban vendados y algunos desnudos”, señala Piérola siguiendo el relato de Maidana, el soldado que fue comando del Ejército. Mientras, el mismo oficial que antes lo había salvado ordena: “Junten estos fiambres”.

En ese trabajo, le tocó “cargar un detenido delgado, vendado”, llega a “sentir sus pulsaciones” por lo que llega a creer que “muere en sus brazos”. Cargan otros tres muertos en un Unimog de Corrientes, participando un sargento correntino.
Cuando por fin se estaban yendo del lugar del fusilamiento, Maidana ve que “abren una de las ambulancias, los detenidos gritaban y una mujer pedía clemencia. Como no querían bajar del vehículo, los fusilan a los diez”.
Camino al cementerio, ya de día, reconoce al Español (el mismo que antes vio torturado mientras le gritaba a sus torturadores: “Peguen tío, peguen, que aquí hay un hombre). Tenía “tres tiros en la espalda, pedazos de corazón salían por delante y también lo habían castrado”.
Es la última imagen antes de llegar al cementerio San Francisco Solano. Ya en el lugar, ve otros vehículos con cuerpos: tres hombres y una mujer, que es la misma que antes “había visto en la base de La Liguria con los pechos cortados con navaja”.
De regreso en el Regimiento, tiene mucho miedo, no habla con nadie y opta por el silencio total.
Al finalizar el relato, Piérola lanza su hipótesis: “Nos queda claro que son mucho más las víctimas y los responsables. No queda claro si el convoy del Regimiento se suma al de la alcaidía policial o los de la alcaidía son llevados al Regimiento”.

Informe: Marcos Salomón.

Prisión perpetua para el represor Gregorio Molina

CONDENARON EN MAR DEL PLATA A UN EX JEFE DE LA CUEVA
Represor con perpetua. El suboficial Gregorio Molina deberá cumplir la pena en una cárcel común.

Por Diego Martínez

El Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata condenó a la pena de prisión perpetua en cárcel común a Gregorio Rafael Molina, suboficial de la Fuerza Aérea y ex jefe del centro clandestino La Cueva, que funcionó en el viejo radar de la Base Aérea. La sentencia culminó con un aplauso de diez minutos en la sala y quinientas personas festejando en la calle. El fallo quedará en la historia porque por primera vez la Justicia calificó como delito de lesa
humanidad, diferente de las torturas, a las violaciones de secuestradas cometidas por integrantes de las Fuerzas Armadas.

Molina era encargado de La Cueva, donde se hacía llamar Charles Bronson. Su destino era el área de inteligencia, debajo de José Alcides Cerutti, aún libre e impune. Los jueces Juan Leopoldo Velázquez, Beatriz Torterola y Juan Carlos París lo condenaron por treinta y seis secuestros y tormentos agravados (contra perseguidos políticos), dos homicidios calificados (por alevosía, ensañamiento y participación de dos o más personas), cinco violaciones y una tentativa, agravadas porque era encargado de la guarda de las víctimas. Fue absuelto por cuatro secuestros en los que no se acreditó su participación.
 Es la primera condena en Mar del Plata por delitos de lesa humanidad en esa ciudad. Antes,
el coronel Alberto Barda fue condenado por el TOF-5 porteño (que le permitió seguir libre), en tanto al general Pedro Mansilla y al coronel Alejandro Duret se los juzgó por delitos en Olavarría.

Además de la sala repleta, quinientas personas escucharon la sentencia desde la avenida Luro, donde hubo música, radio abierta, fotos de desaparecidos, pecheras de “Juicio y castigo”, banderas de Hijos, Descamisados, la CTA y el PTS, entre otras. El imputado, con buzo azul y chaleco antibalas, estuvo solo: ni familia, ni camaradas, ni su abogado Eduardo San Emeterio, con problemas de artrosis.

A dos metros de Molina siguieron la sentencia tres de sus víctimas, tomadas de la mano y con los ojos cerrados. Cuando el secretario Carlos Oneto concluyó la lectura, los penitenciarios se llevaron al condenado y la sala comenzó a aplaudir de pie. Los jueces guardaron silencio, sin moverse de sus asientos. Diez minutos después culminó el aplauso y el juez Velázquez agradeció el buen comportamiento de los presentes.

El abogado César Sivo destacó que “es la primera condena a un miembro de la patota de La Cueva, un grupo de tareas heterogéneo, con miembros de las tres fuerzas y civiles”. “Es muy importante por las evidencias que se obtuvieron, porque se confirmó la responsabilidad de civiles, se identificaron roles específicos de otros imputados, y apareció una gran cantidad de soldados dispuestos a declarar. La condena repara a las víctimas, reafirma la importancia de dar testimonio, de tener que revivir el dolor pero con un resultado positivo”, celebró.

“Molina es el primero, ahora hay una larga fila de juicios, por la Base Aérea y el GADA 601, que con suerte será en 2012”, destacó Marcelo Núñez, de Hijos. “El juicio sirvió para inscribir en una condena nombres como los de (el ex juez Pedro) Hooft o (el ya fallecido ex CNU Eduardo) Cincotta, que fueron parte del andamiaje de la represión en Mar del Plata”, agregó.
Sivo también resaltó la importancia de la calificación de las violaciones como delito de lesa humanidad, criterio que rechaza la mayor parte del Poder Judicial. “Es el primer fallo en la Argentina y el cuarto o quinto en el mundo”, recordó, y apuntó antecedentes en Ruanda y la ex Yugoslavia. “La condena por ese delito es una forma de reivindicar el honor y la dignidad de
las víctimas, aunque sea 34 años después.”  Fuente: Pagina 12