Otra historia de identidad recuperada

Es el hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Molfino, dos militantes montoneros secuestrados durante la contraofensiva que permanecen desaparecidos. Fue apropiado por un agente de inteligencia del Ejército.
Por Alejandra Dandan

Cuando alguien le preguntaba por el padre, Martín escondía las fotos. Decía que era un oficinista. Y jamás mostraba aquellas en las que aparecía con el uniforme militar. El hombre, un agente de inteligencia del Ejército, murió cuando él cumplió quince años. A partir de entonces, Martín empezó a sospechar de algunas verdades de su vida. Se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo hace dos años para averiguar si era hijo de desaparecidos, pero la primera búsqueda no dio resultados positivos. Su madre dio a luz ocho meses después del secuestro, su cuerpo desapareció y su familia nunca pudo avisar del embarazo. Un testimonio reciente de un “arrepentido” le permitió a las Abuelas continuar con la búsqueda y enlazar la historia de Martín con sus padres Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, dos militantes Montoneros, secuestrados en octubre de 1979, hoy desaparecidos. Las Abuelas de Plaza de Mayo ayer presentaron la historia de su restitución, la número noventa y ocho. Anoche, Martín Amarilla Molfino fue recibido por la presidenta Cristina Kirchner en su despacho.

“Martín nunca había visto fotos del embarazo de la supuesta madre y eso empezó a provocarle algunas dudas”, cuenta Donato Amarilla, hermano del padre de Martín, poco después de la conferencia de prensa, ofrecida por Abuelas en la sede de la organización. “A los quince años, más o menos, empezó a buscar fotos y después, al mirar la partida de nacimiento, cayó en la cuenta de que la señora en cuestión tenía más de cincuenta años cuando nació él.”

Las dudas de Martín empezaron tras la muerte de la persona que decía ser su padre. Y probablemente a partir de ese momento haya prestado más atención a su partida. Según ese documento, él nació el 17 de mayo de 1980 en el hospital militar de Campo de Mayo, una de los edificios de la unidad militar que funcionaba como maternidad clandestina para muchas detenidas políticas. Martín no sabía nada de eso, pero iba viendo que en su casa no había fotos de embarazos. Y estaba el pasado de su supuesto padre militar.

“Es una historia de intrigas y de sospechas”, dice su tío. “Martín aparentemente empezó a atar los comentarios de esa señora, que pudo sortear esa situación con el marido. El hombre se había dedicado a la bebida, era un padre ausente, pero cuando le preguntamos Martín dice que dentro de todo fue feliz, que sintió mucho cariño y que la mujer lo llamaba para que vea el televisor cuando aparecía la noticia sobre la recuperación de un hijo de desaparecidos.”

A lo mejor eran mensajes. A lo mejor, una forma de manejar alguna forma de la locura. Martín intentó terminar de armar algo con lo que empezaba a entender de su vida el 13 de diciembre de 2007 cuando abrió un legajo en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Hasta ese momento, había terminado el secundario, empezó la universidad, pero dejó todo para entrar en el conservatorio de música. En algún lugar de la provincia de Buenos Aires armó una banda y se puso a estudiar acordeón de piano, era el mismo instrumento que tocaba su madre.

Ante la primera consulta, Abuelas siguió los pasos que habitualmente lleva adelante en una situación similar. Compararon las muestras de ADN con el banco de datos. “En el banco están todas las muestras de los grupos de familiares que denunciaron tener un pariente, hija o hermana desaparecida embarazada, o que tenía un hijo ya nacido, de pocos meses, al momento del secuestro”, explica un abogado de Abuelas.

Martín se hizo el análisis el 20 de diciembre de 2007. El 6 de marzo de 2008 le dijeron que el resultado era negativo. Su patrón de ADN aún no había sido denunciado como desaparecido.

Las Abuelas tenía denuncias sobre la existencia del joven como posible hijo de desaparecidos. Los datos de Abuelas no eran mucho más amplios, pero contemplaban los elementos que enumeraba Martín en su relato.

Mientras tanto, la Conadi avanzaba en una investigación paralela con testimonios que permitieran rastrear posibles embarazadas entre los detenidos desaparecidos. En ese contexto, aparecieron tres datos. El 21 de agosto, se presentó ante la Secretaría de Derechos Humanos una sobreviviente de Campo de Mayo quien aseguró que Marcela Molfino había dado a luz un niño en ese centro clandestino. Un ex conscripto que había pasado un período detenido en Campo de Mayo también denunció que para 1980 había una mujer embarazada. Y el último dato llegó, antes o después, de un arrepentido del Ejército que mencionó el nombre de Molfino, precisó el lugar de detención en Campo de Mayo y su embarazo.

Marcela Molfino y Guillermo Amarilla eran militantes de Montoneros y formaban parte de la dirección de la Juventud Peronista en la regional IV. Ella había nacido el 15 de noviembre de 1952 en Buenos Aires, sus padres se instalaron en Resistencia, y en los ’60 ella empezó Filosofía y Letras, militó en el peronismo de base y luego de en la JP. Guillermo era el Negro Amarilla, de Chaco. Era hijo de un dirigente peronista, estudiaba la carrera de contador, ocupó la secretaria general de la región IV de la JP con jurisdicción en Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones y antes de fundar Montoneros en el Chaco integró la JP Regional de la Resistencia. “Mi hermano era delegado de la regional IV”, dice Donato. “Y fue el único que viajó en el charter que trajo de vuelta a Perón en el ’73, está en la lista, con el gobernador Bittel, después se fueron al exilio, el último hijo nació en Francia y volvieron de nuevo con la contraofensiva.”

Hasta poco antes del secuestro estaban en el exilio. Noemí Gianetti de Molfino, la madre de Marcela, también estaba exiliada, durante la final del Mundial de Fútbol de 1978 entró al país sólo para sacarlos, para irse con ellos, como tenía la apariencia de una señora rubia, mujer de bien, podía darles cierta cobertura. Tiempo después volvieron para la contraofensiva y terminaron secuestrados el 17 de octubre de 1979.

“Primero lo secuestraron a Guillermo en un bar, pero en el saco llevaba una factura por una compra de materiales de construcción”, señaló Guillermo Molfino. En ese momento vivían en San Antonio de Padua, cuando los militares llegaron a la casa, Marcela respondió al fuego con un revólver. La hirieron, y los hermanos creyeron que justamente por eso podría haber muerto enseguida. En la casa estaban los tres hijos de Marcela y de Guillermo, también Rubén Amarilla, el cuñado con su mujer y dos hijos. La cuñada escapó pero Rubén, Marcela y los cinco niños fueron secuestrados por el Ejército. Los cinco chicos volvieron quince días después a Resistencia porque un represor conocía a uno de los Amarilla.

Veinte días antes del secuestro, una hermana de Marcela se cruzó con ella en una visita. Se vieron pero nunca hablaron del embarazo. Su familia cree por eso que a lo mejor ni siquiera ella lo sabía.

El encuentro de Martín con los Donato Amarilla se hizo en la sede de Abuelas. Los familiares habían mandado las muestras de sangre para el cruce de ADN y cuando la base de datos comparó nuevamente los datos de todos, incluso el de Martín, el cruce dio positivo.

“Por eso es tan importante la reforma del banco nacional genético que se analiza en el Congreso”, explica Alan Iud, abogado de Abuelas. “Lo que se pide es que los ADN que analiza el banco se conserven ahí por si se agregan otros grupos familiares, y el caso como el de Martín muestra que es imprescindible que sea así.”

El lunes pasado, Abuelas convocaron a Martín para contarle su historia. En una habitación cercana lo esperaban los hermanos, Mauricio, Joaquín e Ignacio y también sus tíos. La entrevista duró hora y media. Una vez que terminó, le preguntaron si quería conocer a su familia.

“Había mucha gente”, dice Donato que viajó especialmente desde Chaco. “Físicamente es muy parecido a Ignacio, el que ahora es el penúltimo y que teníamos como el menor.” Apenas lo vieron sus hermanos miraron las orejas, la marca de origen, porque todos tienen el lóbulo pegado a la cara. Era la marca, la constataron, Martín la tenía, y dicen que en ese momento todos se mataron de risa.

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