Durante su testimonio, Gustavo Piérola contó sobre el conscripto Clase 55, Alfredo Maidana, aportando datos clave. También declararon Dafne Zamudio y José Luis Valenzuela. Las audiencias continúan este jueves desde las 10.30.
Como una obra teatral, la maratónica audiencia de este miércoles puede dividirse en tres actos: el primero, la declaración de Gustavo Piérola, se baja el telón –cuarto intermedio-; segundo acto, testimonial de Dafne Zamudio, se baja el telón –cuarto intermedio-; tercer acto, cierre de la jornada con José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia.
Como en una obra de teatro, el público vibró, se emocionó, lloró, se enojó, rió, abucheó (con amenaza de expulsión mediante) y terminó aplaudiendo el cierre de cada acto. La dirección, a cargo del Tribunal Oral Federal (Glady Yunes, Carlos Benforte y Ramón Luis González), tuvo mucho trabajo para encausar la audiencia, pero lo hizo con firmeza.
Los imputados (Athos Rennes, Horacio Losito, Aldo Martínez Segón, Jorge Carnero Sabol, Ricardo Reyes, Germán Riquelme, Ernesto Simoni y Luis Patetta, todos militares, más el policía Alfredo Chas) mantuvieron el rito de cambiar posiciones y fueron beneficiados por el Tribunal que los ubicó en un lugar que les permitió mirar a la cara a los testigos (la querella anticipó que apelará esta nueva disposición de lugares en la sala).
Permanecían incrédulos ante los testimonios. Un muy activo Patetta hablaba constantemente con los abogados defensores –sobre todo durante la testimonial de Piérola-, en algunos momentos Carnero Sabol también estuvo inquieto. El resto miraba con atención y gesticulaban poco y nada. En medio, surgió un dato –durante la declaración de Piérola- que aporta pruebas desconocidas hasta ahora y que ayudarían a aproximarse a la verdad histórica de la Masacre de Margarita Belén, ocurrida el 13 de diciembre de 1976, a menos de 30 kilómetros de Resistencia, sobre la ruta 11, camino a Formosa.
Primer acto.
La audiencia comenzó con la testimonial de Gustavo Piérola, hermano de Fernando, una de las víctimas de la Masacre. Entre lo que declaró y las preguntas que respondió estuvo casi dos horas. Contó de la existencia del soldado Alfredo Maidana, un ex comando que se salvó de morir durante el fusilamiento como parte del enmascaramiento del intento de fuga de presos políticos que eran traslados hacia Formosa, previamente, habían sido torturados en la alcaidía policial de Resistencia, que es un apretado resumen de la historia de la Masacre . Este fue el momento de mayor tensión para los represores.
Gustavo contó la historia de vida de su hermano, sobre todo, dejó bien en claro cómo fue su acercamiento a la militancia, su casamiento con María Julia Morresi, su primera detención y su pase a la clandestinidad hasta su detención en Posadas en “La casita de los mártires”, un centro clandestino de Misiones, su traslado al ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes y a
la Brigada de Inves tigaciones de Chaco.
Relató la tortura: “Lo tenían colgado de los pies… Usaban su cuerpo para apagar cigarrillos…” y la búsqueda de toda una familia, con Amanda Mayor de Piérola a la cabeza. Y contó con detalles la historia de su búsqueda. Comenzó con lo del soldado Maidana. También relató el caso del soldado Pegoraro que transportó los cuerpos. De los testigos que vieron llegar los cuerpos al cementerio, de la búsqueda de su hermano Fernando, desaparecido y víctima de la Masacre: “No queremos profanar un lugar como el cementerio, pedimos ayuda para encontrar
los restos, no nos queda otra”, dijo.
Al borde de las lágrimas o consumido por ellas, en varias ocasiones, Piérola retomaba su relato anticipando datos clave. Contó del fotógrafo Salinas, que trabajaba para la policía en las pericias: “El 12 de diciembre (de 1976) ya le dicen que prepare su cámara, sus rollos y el flash porque al otro día tenía que sacar fotografías en un operativo del Ejército. Ya sabían lo que iba a ocurrir”.
Cerca de Margarita Belén “fotografió los cuerpos: ‘una imagen que nunca me voy a poder sacar de la cabeza’ me contó. Después, también sacó fotos de los cuerpos en una fosa común en el cementerio” San Francisco Solano. Según la historia oficial, se enterraron diez cuerpos a cajón cerrado en sus respectivas tumbas, a lo que se agrega este nuevo dato.
También contó de la familia Pegoraro, que tienen campos cerca de donde ocurrió la Masacre. Dos hermanos escucharon los tiros y pudieron ver los cuerpos cuando iban a buscar animales a otro campo contiguo al de la tragedia.
Con un semitono, pero firme, le cuestionó al defensor Carlos Pujol por haber pedido que la familia Piérola sea quitada como querellante en la causa y lo increpó por “reírse mientras buscábamos los huesos en el cementerio. Pedimos respeto”.
Para el cierre, habló sobre el honor que “define la alta moral. Es una virtud que marca la dignidad”, también habló del “honor militar” y en nombre de él que “se paren ante el Tribunal y, aunque no se arrepientan ni pidan perdón, digan dónde están los cuerpos de nuestros muertos, para poder hacer parte de nuestro duelo”. “No hay odios –aclaró, dirigiéndose a los imputados- ni deseos de venganza, en todo caso siento pena y hasta lástima porque nuestro Ejército está tan lejos de lo que pensaron San Martín y Belgrano”.
Contestó con solvencia a las preguntas, sobre todo de los defensores, mientras la jueza Yunes lidiaba con Pujol: “Haga preguntas lógicas”, le llegó a pedir de manera enérgica para encausar la audiencia.
Segundo acto.
Luego, declaró Dafne Zamudio, hija de Carlos Zamudio –otra de las víctimas de Narró la historia de Carlos, hijo de Ernesto Zamudio, un prócer del periodismo chaqueño (propietario y director del diario El Territorio, llegó a publicar en la tapa una proclama contra el golpe a Hipólito Yrigoyen que le costó caro).
Habló de su la militancia y el pase a la clandestinidad: “En el 75 lo fuimos a ver a Corrientes”, recordó. Para el 76, ya estaba en Misiones, donde consiguió trabajo, pero al poco tiempo cayó preso: también estuvo en “La casita de los mártires”, relato que Dafne compuso recién el 13 de diciembre del año pasado, cuando un misionero visitó la Casa por la Memoria –ex centro reconoció la foto de Carlos Zamudio.
Ya en la Brigada policial de Resistencia, junto con sus hermanos y su madre, lo pudo visitar: “Se sentó en un banco, después supe que caminaba arrastrando los pies y agarrándose el costado. Yo no lo podía ver porque era muy chiquita. Entonces, mi mamá me alzó en sus brazos y lo pude mirar. Me acuerdo que pensaba: por qué no le podía ni dar un beso”.
Poco antes de la matanza de diciembre de 1976, a Carlos lo llevan a la alcaidía policial, donde su familia ya nunca lo pudo volver a ver. Buscando su paradero, la abuela de Dafne se cruza con Patetta quien le dice que Zamudio fue una de las víctimas de la Masacre. Sin embargo, después, el Ejército le aclara que murió en un enfrentamiento en Campo Grande (Misiones).
En Misiones, le entregan el cuerpo a cajón cerrado. En Resistencia, no le permiten realizar el velatorio, lo llevan directamente a un nicho en el cementerio. Treinta y cuatro años después, durante una exhumación, se comprueba que tenía una de las piernas rota: “Difícilmente hubiese podido escapar”, finalizó.
En las preguntas, otra vez cruces entre defensores, fiscales y querellantes. El Tribunal intervino, nuevamente, con un llamado de atención a Pujol: “No tenga mala fe”, le advirtió.
Tercer acto.
Por último, llegó el testigo de las torturas en la alcaidía policial de Resistencia previas al traslado a Formosa. José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de Chaco, contó que vio a Carlos Zamudio, Néstor Carlos Salas, Luis Alberto Díaz y Fernando Piérola. Por la ubicación de su celda, Valenzuela pudo ver cómo la fuardia dura de la alcaidía llevaba arrastrando y a los golpes a estos presos políticos para torturarlos desde el comedor, donde “se escuchaban gritos, ruidos de golpes,corridas… Era desesperante”.
Tras la tortura, los guardias dejaron a Zamudio “muy destruido, tirado cercade una pileta (frente a su celda). Por muy poco tiempo pudimos hablar. Me pidió que le entregase a su familia fotos y una chomba, sólo pude rescatar la chomba de las requisas militares”.
La ubicación de la celda de Valenzuela también le permitía escuchar las conversaciones en la guardia: “Decían que había sido una matanza preparada ya sabían en qué auto iban a colocar a cada uno”. Hasta el final, con las preguntas incluidas, describió cómo era estar preso en la alcaidía, el ambiente que reinaba durante el traslado. Al final, el defensor Federico Carniel pidió marcar una contradicción entre lo que declaró Valenzuela ayer y una testimonial dada ante la Justicia Militar, pero la jueza Yunes no hizo lugar.
Horas después de finalizada la audiencia, el Tribunal cambió la hora fijada para hoy, cuando el juicio comience a las 10.30 (en el horario original coincidía con el partido de Argentina-Corea del Sur por el Mundial de Fútbol de Sudáfrica), con la presencia de miembros del Consejo de la Magistratura.
.
Entre tanto, la Dirección de Cine del Instituto de Cultura prepara sus cámaras para realizar la primera testimonial en video conferencia. Desde Francia, declarará la periodista Marie Monique Robin.
Informe: Marcos Salomón.
Masacre de Margarita Belén Testimonio desgarrador: “
Junten estos fiambres” Gustavo Piérola aportó la desgrabación de una entrevista que hecha años atrás al Francisco Tete Romero.
Como una obra teatral, la maratónica audiencia de este miércoles puede dividirse en tres actos: el primero, la declaración de Gustavo Piérola, se baja el telón –cuarto intermedio-; segundo acto, testimonial de Dafne Zamudio, se baja el telón –cuarto intermedio-; tercer acto, cierre de la jornada con José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia.
Como en una obra de teatro, el público vibró, se emocionó, lloró, se enojó, rió, abucheó (con amenaza de expulsión mediante) y terminó aplaudiendo el cierre de cada acto. La dirección, a cargo del Tribunal Oral Federal (Glady Yunes, Carlos Benforte y Ramón Luis González), tuvo mucho trabajo para encausar la audiencia, pero lo hizo con firmeza.
Los imputados (Athos Rennes, Horacio Losito, Aldo Martínez Segón, Jorge Carnero Sabol, Ricardo Reyes, Germán Riquelme, Ernesto Simoni y Luis Patetta, todos militares, más el policía Alfredo Chas) mantuvieron el rito de cambiar posiciones y fueron beneficiados por el Tribunal que los ubicó en un lugar que les permitió mirar a la cara a los testigos (la querella anticipó que apelará esta nueva disposición de lugares en la sala).
Permanecían incrédulos ante los testimonios. Un muy activo Patetta hablaba constantemente con los abogados defensores –sobre todo durante la testimonial de Piérola-, en algunos momentos Carnero Sabol también estuvo inquieto. El resto miraba con atención y gesticulaban poco y nada. En medio, surgió un dato –durante la declaración de Piérola- que aporta pruebas desconocidas hasta ahora y que ayudarían a aproximarse a la verdad histórica de la Masacre de Margarita Belén, ocurrida el 13 de diciembre de 1976, a menos de 30 kilómetros de Resistencia, sobre la ruta 11, camino a Formosa.
Primer acto.
La audiencia comenzó con la testimonial de Gustavo Piérola, hermano de Fernando, una de las víctimas de la Masacre. Entre lo que declaró y las preguntas que respondió estuvo casi dos horas. Contó de la existencia del soldado Alfredo Maidana, un ex comando que se salvó de morir durante el fusilamiento como parte del enmascaramiento del intento de fuga de presos políticos que eran traslados hacia Formosa, previamente, habían sido torturados en la alcaidía policial de Resistencia, que es un apretado resumen de la historia de la Masacre . Este fue el momento de mayor tensión para los represores.
Gustavo contó la historia de vida de su hermano, sobre todo, dejó bien en claro cómo fue su acercamiento a la militancia, su casamiento con María Julia Morresi, su primera detención y su pase a la clandestinidad hasta su detención en Posadas en “La casita de los mártires”, un centro clandestino de Misiones, su traslado al ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes y a
la Brigada de Inves tigaciones de Chaco.
Relató la tortura: “Lo tenían colgado de los pies… Usaban su cuerpo para apagar cigarrillos…” y la búsqueda de toda una familia, con Amanda Mayor de Piérola a la cabeza. Y contó con detalles la historia de su búsqueda. Comenzó con lo del soldado Maidana. También relató el caso del soldado Pegoraro que transportó los cuerpos. De los testigos que vieron llegar los cuerpos al cementerio, de la búsqueda de su hermano Fernando, desaparecido y víctima de la Masacre: “No queremos profanar un lugar como el cementerio, pedimos ayuda para encontrar
los restos, no nos queda otra”, dijo.
Al borde de las lágrimas o consumido por ellas, en varias ocasiones, Piérola retomaba su relato anticipando datos clave. Contó del fotógrafo Salinas, que trabajaba para la policía en las pericias: “El 12 de diciembre (de 1976) ya le dicen que prepare su cámara, sus rollos y el flash porque al otro día tenía que sacar fotografías en un operativo del Ejército. Ya sabían lo que iba a ocurrir”.
Cerca de Margarita Belén “fotografió los cuerpos: ‘una imagen que nunca me voy a poder sacar de la cabeza’ me contó. Después, también sacó fotos de los cuerpos en una fosa común en el cementerio” San Francisco Solano. Según la historia oficial, se enterraron diez cuerpos a cajón cerrado en sus respectivas tumbas, a lo que se agrega este nuevo dato.
También contó de la familia Pegoraro, que tienen campos cerca de donde ocurrió la Masacre. Dos hermanos escucharon los tiros y pudieron ver los cuerpos cuando iban a buscar animales a otro campo contiguo al de la tragedia.
Con un semitono, pero firme, le cuestionó al defensor Carlos Pujol por haber pedido que la familia Piérola sea quitada como querellante en la causa y lo increpó por “reírse mientras buscábamos los huesos en el cementerio. Pedimos respeto”.
Para el cierre, habló sobre el honor que “define la alta moral. Es una virtud que marca la dignidad”, también habló del “honor militar” y en nombre de él que “se paren ante el Tribunal y, aunque no se arrepientan ni pidan perdón, digan dónde están los cuerpos de nuestros muertos, para poder hacer parte de nuestro duelo”. “No hay odios –aclaró, dirigiéndose a los imputados- ni deseos de venganza, en todo caso siento pena y hasta lástima porque nuestro Ejército está tan lejos de lo que pensaron San Martín y Belgrano”.
Contestó con solvencia a las preguntas, sobre todo de los defensores, mientras la jueza Yunes lidiaba con Pujol: “Haga preguntas lógicas”, le llegó a pedir de manera enérgica para encausar la audiencia.
Segundo acto.
Luego, declaró Dafne Zamudio, hija de Carlos Zamudio –otra de las víctimas de Narró la historia de Carlos, hijo de Ernesto Zamudio, un prócer del periodismo chaqueño (propietario y director del diario El Territorio, llegó a publicar en la tapa una proclama contra el golpe a Hipólito Yrigoyen que le costó caro).
Habló de su la militancia y el pase a la clandestinidad: “En el 75 lo fuimos a ver a Corrientes”, recordó. Para el 76, ya estaba en Misiones, donde consiguió trabajo, pero al poco tiempo cayó preso: también estuvo en “La casita de los mártires”, relato que Dafne compuso recién el 13 de diciembre del año pasado, cuando un misionero visitó la Casa por la Memoria –ex centro reconoció la foto de Carlos Zamudio.
Ya en la Brigada policial de Resistencia, junto con sus hermanos y su madre, lo pudo visitar: “Se sentó en un banco, después supe que caminaba arrastrando los pies y agarrándose el costado. Yo no lo podía ver porque era muy chiquita. Entonces, mi mamá me alzó en sus brazos y lo pude mirar. Me acuerdo que pensaba: por qué no le podía ni dar un beso”.
Poco antes de la matanza de diciembre de 1976, a Carlos lo llevan a la alcaidía policial, donde su familia ya nunca lo pudo volver a ver. Buscando su paradero, la abuela de Dafne se cruza con Patetta quien le dice que Zamudio fue una de las víctimas de la Masacre. Sin embargo, después, el Ejército le aclara que murió en un enfrentamiento en Campo Grande (Misiones).
En Misiones, le entregan el cuerpo a cajón cerrado. En Resistencia, no le permiten realizar el velatorio, lo llevan directamente a un nicho en el cementerio. Treinta y cuatro años después, durante una exhumación, se comprueba que tenía una de las piernas rota: “Difícilmente hubiese podido escapar”, finalizó.
En las preguntas, otra vez cruces entre defensores, fiscales y querellantes. El Tribunal intervino, nuevamente, con un llamado de atención a Pujol: “No tenga mala fe”, le advirtió.
Tercer acto.
Por último, llegó el testigo de las torturas en la alcaidía policial de Resistencia previas al traslado a Formosa. José Luis Valenzuela, subsecretario de Derechos Humanos de Chaco, contó que vio a Carlos Zamudio, Néstor Carlos Salas, Luis Alberto Díaz y Fernando Piérola. Por la ubicación de su celda, Valenzuela pudo ver cómo la fuardia dura de la alcaidía llevaba arrastrando y a los golpes a estos presos políticos para torturarlos desde el comedor, donde “se escuchaban gritos, ruidos de golpes,corridas… Era desesperante”.
Tras la tortura, los guardias dejaron a Zamudio “muy destruido, tirado cercade una pileta (frente a su celda). Por muy poco tiempo pudimos hablar. Me pidió que le entregase a su familia fotos y una chomba, sólo pude rescatar la chomba de las requisas militares”.
La ubicación de la celda de Valenzuela también le permitía escuchar las conversaciones en la guardia: “Decían que había sido una matanza preparada ya sabían en qué auto iban a colocar a cada uno”. Hasta el final, con las preguntas incluidas, describió cómo era estar preso en la alcaidía, el ambiente que reinaba durante el traslado. Al final, el defensor Federico Carniel pidió marcar una contradicción entre lo que declaró Valenzuela ayer y una testimonial dada ante la Justicia Militar, pero la jueza Yunes no hizo lugar.
Horas después de finalizada la audiencia, el Tribunal cambió la hora fijada para hoy, cuando el juicio comience a las 10.30 (en el horario original coincidía con el partido de Argentina-Corea del Sur por el Mundial de Fútbol de Sudáfrica), con la presencia de miembros del Consejo de la Magistratura.
.
Entre tanto, la Dirección de Cine del Instituto de Cultura prepara sus cámaras para realizar la primera testimonial en video conferencia. Desde Francia, declarará la periodista Marie Monique Robin.
Informe: Marcos Salomón.
Masacre de Margarita Belén Testimonio desgarrador: “
Junten estos fiambres” Gustavo Piérola aportó la desgrabación de una entrevista que hecha años atrás al Francisco Tete Romero.
Gustavo Piérola.
Este testimonio caló hondo, sobre todo entre los imputados que veían con preocupación que se caiga el velo de impunidad. soldado comando Maidana (queda a decisión del Tribunal). También se reclamó protección a este potencial testigo, cuyo paradero, en rigor, se desconoce.
En esta desgravación Maidana cuenta sobre una reunión en la sede militar del barrio La Liguria en la que se habría gestado el operativo “Encubrimiento rojo”, más conocido como Masacre de Margarita Belén. Del cónclave participaron Antonio Serrano, Cristino Nicolaides, Jorge Larrateguy, Carlos Brinzoni, Terrat, Schenone, Luis Alberto Petetta, dos cabos de apellido Gómez (que participaron del fusilamiento, según la desgrabación), los policías Thomas y Wenceslao Ceniquel.
También reveló que lo que hoy es la Base de Apoyo Logístico (BAL), en los '70, había detenidos por razones políticos, lo que lo convierte en posible centro clandestino de detención. Estos presos “estaban bajo custodia de Patetta” y se trabajaba con la Brigada de Investigaciones. Entre esos prisioneros, “había un español muy torturado, otro solado clase 55 y dos mujeres, custodiados por el sargento Medina”. Patetta escuchaba, se paraba, hablaba con los defensores, se ofuscaba - al punto de ponerse rojo
Ya en la madrugada del 13 de diciembre, “retiran 30 detenidos en tres ambulancias blindadas, diez en cada uno”. En esa misma caravana iba el tristemente célebre Peugeot, otros autos y seis Unimog del Ejército.
En la base militar de La Liguria también había dos suboficiales tucumanos. Uno de ellos le dijo a Maidana, mientras miraba el convoy: “A estos los llevan camino al infierno”. Tártaro al que también pretendían llevar a Maidana, junto con el cabo Galarza, para ser los militares caídos en el intento de fuga de los presos políticos.
En un momento de la madrugada, llegan noticias sobre el enfrentamiento en la ruta 11. Parten más Unimog, uno con Maidana y los dos suboficiales tucumanos. Ya en Margarita Belén, oye disparos y se tira del vehículo –a las 4.40 aún era oscuro-. Lo buscaban con una linterna, cuando lo encuentran, le sacan el fúsil, el correaje y el casco, hasta que le apuntan y estaban a
punto de dispararle.
Justo, lo salva su jefe de batería: “A mi muchacho no”, le escuchó decir Maidana. Entonces, ve cómo “Patetta lleva un detenido esposado y vendado, lo ubica en el Peugeot y le vuela la cabeza con una itaka (por otros relatos se sabe que la víctima fue Carlos Néstor Sala). Luego, los otros militares disparan sobre el Peugeot”, según la desgrabación presentada como prueba.
“Ya habían matado a algunos, la mayoría estaban vendados y algunos desnudos”, señala Piérola siguiendo el relato de Maidana, el soldado que fue comando del Ejército. Mientras, el mismo oficial que antes lo había salvado ordena: “Junten estos fiambres”.
En ese trabajo, le tocó “cargar un detenido delgado, vendado”, llega a “sentir sus pulsaciones” por lo que llega a creer que “muere en sus brazos”. Cargan otros tres muertos en un Unimog de Corrientes, participando un sargento correntino.
Cuando por fin se estaban yendo del lugar del fusilamiento, Maidana ve que “abren una de las ambulancias, los detenidos gritaban y una mujer pedía clemencia. Como no querían bajar del vehículo, los fusilan a los diez”.
Camino al cementerio, ya de día, reconoce al Español (el mismo que antes vio torturado mientras le gritaba a sus torturadores: “Peguen tío, peguen, que aquí hay un hombre). Tenía “tres tiros en la espalda, pedazos de corazón salían por delante y también lo habían castrado”.
Es la última imagen antes de llegar al cementerio San Francisco Solano. Ya en el lugar, ve otros vehículos con cuerpos: tres hombres y una mujer, que es la misma que antes “había visto en la base de La Liguria con los pechos cortados con navaja”.
De regreso en el Regimiento, tiene mucho miedo, no habla con nadie y opta por el silencio total.
Al finalizar el relato, Piérola lanza su hipótesis: “Nos queda claro que son mucho más las víctimas y los responsables. No queda claro si el convoy del Regimiento se suma al de la alcaidía policial o los de la alcaidía son llevados al Regimiento”.
Informe: Marcos Salomón.
Este testimonio caló hondo, sobre todo entre los imputados que veían con preocupación que se caiga el velo de impunidad. soldado comando Maidana (queda a decisión del Tribunal). También se reclamó protección a este potencial testigo, cuyo paradero, en rigor, se desconoce.
En esta desgravación Maidana cuenta sobre una reunión en la sede militar del barrio La Liguria en la que se habría gestado el operativo “Encubrimiento rojo”, más conocido como Masacre de Margarita Belén. Del cónclave participaron Antonio Serrano, Cristino Nicolaides, Jorge Larrateguy, Carlos Brinzoni, Terrat, Schenone, Luis Alberto Petetta, dos cabos de apellido Gómez (que participaron del fusilamiento, según la desgrabación), los policías Thomas y Wenceslao Ceniquel.
También reveló que lo que hoy es la Base de Apoyo Logístico (BAL), en los '70, había detenidos por razones políticos, lo que lo convierte en posible centro clandestino de detención. Estos presos “estaban bajo custodia de Patetta” y se trabajaba con la Brigada de Investigaciones. Entre esos prisioneros, “había un español muy torturado, otro solado clase 55 y dos mujeres, custodiados por el sargento Medina”. Patetta escuchaba, se paraba, hablaba con los defensores, se ofuscaba - al punto de ponerse rojo
Ya en la madrugada del 13 de diciembre, “retiran 30 detenidos en tres ambulancias blindadas, diez en cada uno”. En esa misma caravana iba el tristemente célebre Peugeot, otros autos y seis Unimog del Ejército.
En la base militar de La Liguria también había dos suboficiales tucumanos. Uno de ellos le dijo a Maidana, mientras miraba el convoy: “A estos los llevan camino al infierno”. Tártaro al que también pretendían llevar a Maidana, junto con el cabo Galarza, para ser los militares caídos en el intento de fuga de los presos políticos.
En un momento de la madrugada, llegan noticias sobre el enfrentamiento en la ruta 11. Parten más Unimog, uno con Maidana y los dos suboficiales tucumanos. Ya en Margarita Belén, oye disparos y se tira del vehículo –a las 4.40 aún era oscuro-. Lo buscaban con una linterna, cuando lo encuentran, le sacan el fúsil, el correaje y el casco, hasta que le apuntan y estaban a
punto de dispararle.
Justo, lo salva su jefe de batería: “A mi muchacho no”, le escuchó decir Maidana. Entonces, ve cómo “Patetta lleva un detenido esposado y vendado, lo ubica en el Peugeot y le vuela la cabeza con una itaka (por otros relatos se sabe que la víctima fue Carlos Néstor Sala). Luego, los otros militares disparan sobre el Peugeot”, según la desgrabación presentada como prueba.
“Ya habían matado a algunos, la mayoría estaban vendados y algunos desnudos”, señala Piérola siguiendo el relato de Maidana, el soldado que fue comando del Ejército. Mientras, el mismo oficial que antes lo había salvado ordena: “Junten estos fiambres”.
En ese trabajo, le tocó “cargar un detenido delgado, vendado”, llega a “sentir sus pulsaciones” por lo que llega a creer que “muere en sus brazos”. Cargan otros tres muertos en un Unimog de Corrientes, participando un sargento correntino.
Cuando por fin se estaban yendo del lugar del fusilamiento, Maidana ve que “abren una de las ambulancias, los detenidos gritaban y una mujer pedía clemencia. Como no querían bajar del vehículo, los fusilan a los diez”.
Camino al cementerio, ya de día, reconoce al Español (el mismo que antes vio torturado mientras le gritaba a sus torturadores: “Peguen tío, peguen, que aquí hay un hombre). Tenía “tres tiros en la espalda, pedazos de corazón salían por delante y también lo habían castrado”.
Es la última imagen antes de llegar al cementerio San Francisco Solano. Ya en el lugar, ve otros vehículos con cuerpos: tres hombres y una mujer, que es la misma que antes “había visto en la base de La Liguria con los pechos cortados con navaja”.
De regreso en el Regimiento, tiene mucho miedo, no habla con nadie y opta por el silencio total.
Al finalizar el relato, Piérola lanza su hipótesis: “Nos queda claro que son mucho más las víctimas y los responsables. No queda claro si el convoy del Regimiento se suma al de la alcaidía policial o los de la alcaidía son llevados al Regimiento”.
Informe: Marcos Salomón.
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