Miguel Molfino estaba detenido a disposición del Poder Ejecutivo nacional cuando secuestraron a su hermana. A esa altura, la familia vivía una suerte de diáspora entre hermanos y cuñados detenidos en las cárceles mientras que otros habían marchado al exilio. Más de treinta años después, llegó un día en el que recibió la noticia de que desde la Conadi querían hacerles una extracción de sangre para obtener una muestra de ADN. Buena parte de la familia pensó en lo único que alguien podía llegar a imaginarse: creyeron que habrían aparecido los restos del cuerpo de su hermana Marcela.
–¿Usted dijo que Martín había sido doblemente desaparecido?
–No habíamos tenido noticias de mi hermana desde el secuestro –dice Molfino–. Y encima, como se la habían llevado herida, qué sé yo... No nos imaginábamos nada de esto.
–¿Su hermana y su cuñado no estaban juntos en ese momento, verdad?
–Ella cae con uno de sus cuñados, un hermano de Guillermo, en la casa, el 17 de octubre de 1979. Guillermo cayó en un bar durante la contraofensiva, se supone que para ese entonces estaban retirándose, se venían cosas muy fuertes. Después pasa el tiempo, sucede lo de mi vieja, la muerte en España (ver recuadro) y bueno, los chicos, los tres hijos de Marcela y de Guillermo, son devueltos digamos que inmediatamente a la familia Amarilla. Pero a lo que voy con todo esto es que en paralelo, en todos estos años, Martín, según nos dice ahora, empieza a tener la sospecha de quién es en realidad.
–¿Cómo se enteraron ustedes?
–Nos enteramos de que existía cuando vienen de Conadi a sacarnos sangre para el ADN. Yo no lo creía. Les decía a mis hermanos, pero ¿puede ser? ¿Puede ser el regreso de los muertos vivos? No sé. Pero me equivoqué, porque hace tres días llama Carlotto para avisarme que había aparecido el cuarto hijo de Marcela y del Negro Amarilla.
–Impresiona.
–Impresionante fue la ceremonia del reencuentro, la intimidad. En un momento dado sentíamos que había pasado una eternidad, esperamos una hora y media en una habitación contigua al lugar donde estaban contándole la historia. Ahí entró y lo vimos.
–¿Y?
–Muy parecido a sus hermanos. Tenía el lóbulo de la oreja pegado, como lo tienen ellos, y es parecido al padre y apenas se vieron lo que fue impresionante es que se sentaron los cuatro juntos. Los cuatro hermanos y automáticamente entre ellos se generó toda la charla, los comentarios y Martín tenía que bancarse además la presentación de tantos parientes y anécdotas porque fuimos como treinta.
–¿Qué fue lo primero que preguntó?
–Dijo: “Quiero conocer a mi mamá”. Y entonces le pasamos una foto de Marcela, la miró y dijo: “Qué linda que era”.
–¿No pudo ver una imagen hasta ese momento? ¿El tampoco sabía quiénes podían ser sus padres?
–Exacto, por eso él dijo: “Quiero conocer a mi mamá”. Y después nos preguntó por qué vivíamos en Chaco. Le contamos que algunos vivían en Buenos Aires, otros allá. También le contamos cómo eran lo padres.
–¿Cómo eran?
–En la casa de los Molfino se reunían todos los hijos, con los novios, la mitad PRT y la otra mitad Montoneros, con distintos grados de compromiso. Y mi vieja, que cocinaba ravioles para el griterío de política de los domingos, estaba ahí mientras se hablaba a los gritos del socialismo nacional o de la guerra popular. Eso era mi casa. Martín sobre todo escuchaba. Nosotros hablamos entre nosotros, no le dábamos pelota porque nos acordábamos de cosas y él nos miraba con esos gestos muy parecidos al padre, manso, tranquilo, cauto.
–¿Qué hace Martín?
–Dijo que es músico y que estudia teatro. Y entonces preguntó qué hacía la madre, y se emocionó cuando le dijimos Filosofía y Letras, porque también él había estudiado. Después dejó, estudia en el conservatorio de música. Y entonces dijo que está aprendiendo acordeón a piano. “El instrumento que tocaba tu mamá”, le dijimos. Todos quedamos impresionados.
–¿Cómo se vive un momento como éste?
–Yo te digo, cuando lo vi entrar no tuve un sollozo. Pero pensé en qué raza de Caín tan fiero pudo imaginar una cosa tan terrible como destrozar a una familia. Pensé en mi hermana. Me imaginé ese infierno en Campo de Mayo, atravesando el largo período de embarazo, los golpes, la mugre, los gritos. Mi hermana Alejandra también se imaginó esa sensación terrible, pero al principio y después, una alegría gigante.
–¿Cómo es esa alegría?
–Porque es una gran reivindicación en el sentido de que quisieron destrozarnos como perros rabiosos, pedazo por pedazo sacar el cuerpo de una familia y fijate vos cómo nos volvemos a juntar, más allá de los muertos o desaparecidos. Son como los restos del naufragio que cada tanto llegan a la playa desde un barco que parecía destruido totalmente. Tengo la sensación de justicia humana, de justicia en el sentido de la existencia, digamos. De una cosa que merecía él, Martín y muy después nosotros. Sobre todo Martincito, que imaginate lo que debe sentir.
–¿Qué cree usted?
–Anoche se encontró con otro apellido y otra vida. Es un mambo feroz. Finalmente esto tiene un final harto feliz. Sus hermanos se quedaron en Buenos Aires unos días para conocerse más porque los Amarilla son tan unidos, esos chicos que parecen siameses. Son compañeros como un puño cerrado.
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